—“Estaba Mariquita la nostra,
Con un cuarto de cordero a la costa,
Dile tú, Juan de la Parra:
Guise la falda,
Echele mojilis, mojiles,
Mucho pimentorum.
Per ómnia saecula saeculorun”
(Entonado con música de misa cantada)
—¡Te puedes callar! Olvidaste cerrar el micrófono y te han escuchado todos.
—¡Me cachis en la mar! ¡Qué memoria la mía!
—¡Si estuvieras a lo que tienes que estar!
En el banquillo de la oposición una de las diputadas se puso roja como las amapolas.
—¿Cómo vamos a taparle a ese las vergüenzas si hasta canta las trapacerías ufano como un gallo? —dijo el jefe de la oposición con el semblante desencajado.
—Hablaré con él.
—Después de esto, no queda otro remedio que interpelarle sobre la hípica y los áticos.
—Espera hombre, mientras no se escandalice la prensa no corre prisa.
—¡Entre todos me tenéis harto! Como siempre seré el último en pedir responsabilidades. No me extraña que todo el mundo piense que estoy en Babia.
—Estás en Madrid y no tienes por qué responder por lo que ocurre en las comunidades. Allí hay gente que sabe lo que se hace.
—¡Y tanto! Se lo llevan crudo y encima tengo que poner cara de póquer y echar tierra encima. Como me ocurrirá con este aprendiz de sacristán del gobierno.
—No te quejes, que entre todos te sacaremos presidente.
Marcial el Medinense
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