Anoche, por vez primera, tuve conciencia de encontrarme en el infierno.
—Vamos hombre, si hasta la Iglesia dice ahora que no hay infierno.
—La Iglesia puede decir lo que le venga en gana, está en su derecho, como tú lo tienes para creerla o no, pero si te digo que conocí el infierno es porque allí me encontré.
—¿Y cómo es el infierno? Puesto a creerte, al menos descríbeme el lugar y dime con quien te encontraste.
—En principio no está donde nos contaron. Ni envían a nadie allí de ex profeso, sino que cada cual llega pasito a pasito.
—¿Cómo es eso?
—Muy sencillo el infierno es el camino que recorremos mientras vivimos.
—¿Y el cielo?
—Ahí no estuve y no tengo claro que exista.
—¡Pero coño! ¡Si hay infierno también debe haber cielo!
—¿Quién lo dice?
—¡La Iglesia!
—Hubo un tiempo en que dijo que había infierno, luego lo desmintió; dijo que existía el purgatorio y se arrepintió de haberlo dicho y lo mismo hizo con el limbo. ¿Cuándo acertó y cuando se equivocó la Iglesia? ¿No piensas que es dudosa tanta contradicción?
—Déjate de memeces. En asuntos de la Iglesia no quiero meterme.
—Yo tampoco. Solamente te dije que anoche me hallé en el infierno.
—¡Pues cuenta coño! No me enredes con que si, con que no, con quien lo dice y quien lo niega.
—Escucha entonces y no me interrumpas: Anoche sentado a la mesa de la habitación que he destinado en casa a emborronar folios, unas veces con acierto, otras sin él, me tropecé con que no tenía una sola palabra que escribir. Leí los periódicos y no encontré idea alguna que me inspirase. Ojeé un libro y nada, hice lo propio con otro y tres cuartos de lo mismo. Entonces me dio por abrir el correo. Aquello me transmutó. Facturas por aquí, requerimientos a continuación, busco un cigarrillo y la cajetilla estaba vacía, y así, con telarañas, otro sin fin de cosas que me ahorro en describir. Bueno, me digo, mañana será otro día. Pero ¡qué mañana ni que niño muerto! Por esto no cobro, por los libros que he escrito me pagan una miseria y como no sé hacer otra cosa que el cantamañanas, me veo tan posibilitado para hacer algo útil en la vida como que exista el cielo, el paraíso, el purgatorio, el limbo y la madre que los parió.
—¡Vaya chasco! Pensé que me ibas a contar que te encontraste con los lideres sindicales, el presidente del gobierno, el presidente de la Cámara de los Diputados, con presidentes de las comunidades autónomas, con jueces prevaricadores, con banqueros, con empresarios que explotan a los obreros, con médicos de malas prácticas que se enriquecen con el negocio de la salud quitándola en vez de conservarla, con los capos del narcotráfico, con terroristas, con bandidos, con los que roban, matan y con todos los que se ponen la ley por montera.
—No seas capullo. Quienes dictan la ley lo hacen en su beneficio, usan la justicia para aplicar esa ley con eficacia y así poder decir que la legalidad les asiste y ampara. Así unos nos gobiernan, otros nos juzgan, los de más allá se enriquecen y unos y otros tienen su verdad, verdad que en vez de desnuda, está bien arropada y custodiada por los pingües beneficios obtenidos. El infierno me lo encontré si salir de casa y en él no estaban quienes nos han hecho creer que lo merecen. Ese infierno que a los desgraciados nos han infundido, donde enviamos en nuestra desesperación, convictos y confesos, a quienes viven como príncipes de ejercer con lo que ellos se llenan la boca al decir: ¡Nuestra vocación y ejercicio es el servicio a los demás! Siempre los mismos y en cualquier actividad, ese infierno, no he visto.
Marcial el Medinense.
Hay que ver lo mal que lo pasan algunos cuando dejan de fumar.
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