jueves, 7 de octubre de 2010

LA SABIDURÍA DE DIOS

Hace muchísimos años, en un país de oriente, un hombre sabio decidió escribir un libro sobre los ardides de las mujeres y las estratagemas que empleaban las esposas infieles para engañar a sus maridos. Esta tarea le ocupó media vida. Cuando viejo quiso dar el libro a la luz para que quien lo leyese pudiese estar prevenido de los engaños y astucias propias de las hembras del género humano, el jefe del taller donde acudió para que confeccionasen el libro, un viejo de más edad que el afanoso sabio, le dijo:
—Es cierto que las mujeres son de natural astutas, que han acumulado un saber ancestral para cometer falsedades, que son viles, que el fingimiento lo usan con tanto candor que hasta las piedras se conmueven, pero no todas han nacido de esta manera, ni todas han desarrollado tales artes. Estos arteros, confabuladores y malévolos seres, por suerte, son una ínfima parte del género femenino, pero te reconozco que hacen tanto ruido que llegamos a creer que son la mayoría. Por otro lado estos ardides y estrategias que has recopilado son embelecos para satisfacer la vanidad y aparearse en libertad. Si lo piensas bien, son actitudes pueriles e inofensivas, pues en gran parte de los casos los hombres que las sufren las merecen. En cambio, existen hombres de peor condición. Más astutos, retorcidos, mentirosos, desahogados y cuantos adjetivos quieras añadir, todos les caben, que de ellos han hecho arte y modo de vida sin importarles otra cosa que su ambición personal. De esos son de quienes debemos guardarnos y no de las mujeres que al fin y al cabo son el mejor don de la creación, pues todos hemos nacido de ellas.
—¿A quienes te refieres?
—¡Oh! En todas las profesiones los encuentras, pero hay una donde abundan tanto que hallar uno honrado es como dar con una aguja en un pajar.
—¡Los ministros! —exclamó el sabio.
—Efectivamente. ¡Los ministros!
El sabio cogió las hojas de papel donde tenía escritas las ingeniosas acciones de las mujeres y las arrojó al fuego.
—¿Ahora qué?¿Escribirás otro libro sobre los ministros?
—No me restan años para escribir una infinita parte de las sevicias que nos hacen padecer. No hay guerra que no hayan promovido, moneda que no nos hayan robado, prohibición que no nos hayan impuesto y arbitrariedad que no nos hayan endilgado para seguir perfeccionando su arte. No hay papel en el mundo para plasmar tanta inmundicia. En un solo instante se pueden observar tantas acciones perversas cometidas por ministros, que ni siquiera entrarían en la imaginación del diablo.
—Estoy contigo. Los ministros son una enfermedad para la cual no existen medicinas ni médicos que nos alivien.
—¡Ni milagro! Son el castigo que Dios nos envió como prueba de su sabiduría.
Marcial el Medinense.

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