miércoles, 27 de octubre de 2010

Capador de sueños

A lo largo de la historia de la humanidad una de las profesiones más valoradas y encumbradas ha sido, es y será la de capador de sueños. Habrá quien se pregunte cual es esa especialidad y cual su cometido. Pues bien, de un modo fácil os responderé: capador de sueños es aquel que bajo la apariencia de ilusionar, aconsejar y prometer con almibaradas mentiras castra los anhelos y las esperanzas de quienes les escuchan y creen. Pero para entenderlo mejor os contaré un cuento.
En un país, para nosotros oriental, vivía un mercader muy rico que por los constantes viajes que sus negocios le exigían no había tenido tiempo de casarse. Aconsejado por los amigos decidió buscar una mujer adecuada según su criterio para contraer matrimonio. Indagó entre las jóvenes del reino para elegir la novia apropiada, pero unas por una cosa, otras por la contraria, no encontró árbol donde ahorcarse.
 Un buen día uno de los amigos le dijo que en la ciudad de Bujara había una joven de belleza sin par.
—Pero soy viejo para aspirar a una joven tan bella como dices.
—Eso no es problema, piensa que la fortuna adorna a quien la posee de un atractivo que para sí quisieran los jóvenes.
—Me gustaría que me amase por mi mismo, más que por mi dinero.
—Eso son paparruchas. Ofrécele una buena dote y verás como el padre estará encantando de entregarte a su hermosa hija. El amor, si tanto te preocupa, llegará después.
Convencido el mercader emprendió viaje hacia Bujara. Entabló conversaciones con el padre de la joven y convinieron el matrimonio.
Celebrada la boda los nuevos esposos abandonaron la ciudad de la novia para regresar a la del marido.
El mercader temeroso de la juventud y belleza de su esposa la encerró en casa. Solamente podía mirar al mundo exterior desde la terraza del último piso. La pobre mujeres lamentaba su enclaustramiento con los pájaros que acudían a su lado en busca de las migas de pan que siempre llevaba consigo. Así la vio su marido y la creyó feliz. Pensando que podía regalarla llegó al mercado y allí le ofrecieron un papagayo que hablaba y tenía el ingenio tan vivo como los sabios más encumbrados de este mundo. Lo compró y al entrar en casa se lo entregó a su mujer.
—Amada mía. Esta ave con su inteligencia hará que los días te resulten radiantes en mi ausencia, pues he de reanudar los viajes para que los negocios sigan floreciendo como hasta ahora.
—Llévame contigo —pidió la mujer harta del encierro.
—Tu obligación es guardar la casa.
Llegó el día de la partida y el esposo al despedirse recomendó a la joven que consultase con el papagayo cualquier problema que le surgiese y le pidiese consejo sobre la decisión a tomar cuando la situación la obligase.
La joven siguió subiendo a la terraza a observar la ciudad desde arriba y a imaginarse la vida abajo entre los hombres y las mujeres libres. Un buen día se encontró con un apuesto joven que desde la terraza del edificio de enfrente la miraba. Ambos se quedaron prendados y embriagados de la emoción. El ejército de la pasión venció a las huestes de la tranquilidad. El amor, como un rey victorioso, instaló sus reales en los prados de los jóvenes corazones y las vanguardias del desasosiego paralizaron las almas enfebrecidas, el juicio y los sentidos de ambos.
Fue contratada una alcahueta cómplice para que usara sus artes en el organizar y tramar los galanteos secretos. Como todos los actos humanos conducen a un objetivo, llegó un día en que el incendio en el pecho de la joven fue tan violento y devastador que sin poder aguantar por más tiempo la separación tramó el presentarse en casa de su enamorado y apagar las llamas de la pasión con la unión pura del amor.
Cuando el sol se retiró a sus aposentos de occidente y la luna asomó el rostro por oriente, la hermosa joven vestida con suntuosas ropas y adornada con deslumbrantes joyas se acercó a la jaula del papagayo, le contó sus devaneos amorosos y le dijo:
—¡Oh! Pájaro de bello plumaje, tú me comprenderás, pues nuestras vidas son paralelas, ambos languidecemos en este caserón sin otras licencias que las conversaciones que mantenemos el uno con el otro. Esta injusticia me consume y mi vida se detendrá si no acudo junto al ser que ha abierto las espitas de mi corazón por donde se derrama inútil el elixir de mi amor.
—Veo que estás ebria de ardorosos sentimientos y la intensidad del deseo te abrasa. Haré cuanto pueda por ayudarte y contribuir a que logres tus deseos. ¡Dios no permita que esta intriga salga a la luz, corra de boca en boca, y llegue a los oídos de tu marido! En ese caso te sucederá lo que le aconteció a la esposa del visir de Samarcanda.
—¿Qué le ocurrió a esa mujer?
El papagayo empezó a narrar la historia de los desdichados amores de la esposa del visir y cuando terminó apremió a la enamorada.
—Apresúrate a reunirte con tu amante y no faltes al a primera cita.
La joven se levantó para marcharse pero la aurora entraba alegre por la ventana entre los ufanos cantos de los gallos. El encuentro de los amantes hubo de posponerse pues la ciudad había despertado y el trajín reinaba en las calles.
Así ocurrió cada noche mientras el mercader estuvo ausente. El papagayo con su encanto de narrador y esparciendo consejos como el sembrador lo hace con la mies en el campo, fue castrando los anhelos y las ilusiones. Cunado llegó el esposo se encontró a la joven naufraga en un mar de lágrimas. Jamás en aquel rostro volvió a brillar la alegría y de aquellos hermosos ojos desparecieron las estrellas de la esperanza y los luceros de los sueños.
Marcial el Medinense.

1 comentario:

  1. Nos conformamos y resignamos con un solo susurro de una nana.
    Me ha gustado.

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