lunes, 27 de septiembre de 2010

ADIVINA, ADIVINANZA

—“Estaba Mariquita la nostra,
Con un cuarto de cordero a la costa,
Dile tú, Juan de la Parra:
Guise la falda,
Echele mojilis, mojiles,
Mucho pimentorum.
Per ómnia saecula saeculorun”
(Entonado con música de misa cantada)
—¡Te puedes callar! Olvidaste cerrar el micrófono y te han escuchado todos.
—¡Me cachis en la mar! ¡Qué memoria la mía!
—¡Si estuvieras a lo que tienes que estar!
En el banquillo de la oposición una de las diputadas se puso roja como las amapolas.
—¿Cómo vamos a taparle a ese las vergüenzas si hasta canta las trapacerías ufano como un gallo? —dijo el jefe de la oposición con el semblante desencajado.
—Hablaré con él.
—Después de esto, no queda otro remedio que interpelarle sobre la hípica y los áticos.
—Espera hombre, mientras no se escandalice la prensa no corre prisa.
—¡Entre todos me tenéis harto! Como siempre seré el último en pedir responsabilidades. No me extraña que todo el mundo piense que estoy en Babia.
—Estás en Madrid y no tienes por qué responder por lo que ocurre en las comunidades. Allí hay gente que sabe lo que se hace.
—¡Y tanto! Se lo llevan crudo y encima tengo que poner cara de póquer y echar tierra encima. Como me ocurrirá con este aprendiz de sacristán del gobierno.
—No te quejes, que entre todos te sacaremos presidente.
Marcial el Medinense

viernes, 24 de septiembre de 2010

HUELGA GENERAL

Existe un dicho atribuido a los gitanos: “Donde habites no hagas daño”
Estas cinco palabras encierran la sabiduría de un pueblo práctico. Un pueblo que ama la tierra donde vive y al mismo tiempo a los demás con quien forma comunidad.
Estas cinco palabras nos enseñan como respetar y aprender del pasado para vivir un presente y crear un prospero futuro.
Hoy en día, al observar como trascurre nuestra vida, tengo la sensación que esta frase carece de valor, ha perdido vigencia y significado y la hemos metido en esa parte de la memoria donde reina el olvido.
En la actualidad vivimos arrastrados por la velocidad de ADSL, hemos perdido la referencia del pasado, nos revolcamos en el presente como un marrano en un charco y el futuro nos importa un bledo.
Esto me recuerda a los tres hijos que tuvieron la Juventud Moza casada con Pecado. Estoy refiriéndome a la obra de D. Francisco de Quevedo y Villegas “Genealogía de los Modorros”. Pues bien, según describe este autor, olvidado de muchos y de otros, desconocido, este matrimonio tuvo tres hijos: No Sabía, No Pensaba y No Miraba. Preguntareis: ¿Qué tiene de semejanza la sociedad del siglo XVII, que se movía a paso de buey, con esta del siglo XXI que a lomos de ADSL no ve ni el polvo?
Intentaré dar alguna pista: Toda una generación de modorros, descendientes, sin duda, de estos tres ilustres personajes, No Sabía, No Pensaba y No Miraba, nos gobierna. Mejor dicho, se han repartido el poder y gobiernan por su parecer y apetito; se rigen por su voluntad que es la avaricia y esquilman su tierra, que es la nuestra, hasta donde les llevan las fuerzas con una sonrisa en los labios y vendiéndonos los despojos que no es otra cosa que “el que venga atrás que arree”.
Ahora me pregunto, si nos gobiernan los Modorros, a quienes hemos elegido, ¿qué somos nosotros?
Marcial el Medinense

domingo, 19 de septiembre de 2010

LA CULPA NO ES DEL CERDO, SINO DE QUIEN LE ALIMENTA.

Hace muchísimos años, en un reino lejano, murió el gran visir y a la hora de buscar otro el rey tuvo dudas. Convocó al consejo del reino y le pidió que encontrase un  hombre de buena imagen, atractivo, de carácter apacible, con ideas nuevas y, sobre todo, que mirase por el pueblo.
Después de valorar a muchos candidatos el consejo se inclinó por un joven que parecía reunir las características que el rey había exigido. Había empezado como paje en el palacio, con el tiempo le facilitaron un puesto en las covachuelas de la administración y, auque allí no sobresalió por su brillantez, ni tampoco por su capacidad para el trabajo, sí hizo amistad con los compañeros; no compitió, ni se enfrentó a ninguno. En vista de esta actitud moderada le ascendieron a un cargo superior y se comportó del mismo modo prácticamente, con una pequeña diferencia, se preocupó de atemperar los ánimos cuando algunos se enfrentaban a otros. Quizá fuera esto lo que convenció al consejo o que le considerasen débil y útil para su acomodo. Fueran estas u otras razones que celosamente ocultaron, el caso es que presentaron al joven al rey. Le adornaron con tantas virtudes que convencieron al soberano y éste sin dudarlo le entregó el puesto de gran visir.
Durante los primeros años de mandato todos estuvieron de su lado. Repartía dinero y prebendas a manos llenas, como si tuviese un genio que por las noches repusiese las arcas del estado que él se encargaba de vaciar. Pero los genios o bien son figuras literarias o no les cayó bien el joven visir. No hicieron acto de presencia y los tesoros reales enflaquecieron tanto que padecieron raquitismo.
Entonces empezó a ocurrir lo que era de esperar. Como decimos nosotros aquí: “Donde no hay harina todo es mohína”
Quienes le ensalzaron, le recriminaron y el visir con un arranque de carácter que desconocían les destituyó. Solamente conservó en sus puestos a aquellos que se doblegaron a su capricho, a quienes le vitoreaban, a quienes le reían las gracias, a quienes carecían de pereza para la adulación y el asentimiento. Estómagos agradecidos les llamaban quienes cayeron en desgracia.
Si alguien le insinuaba un problema, enseguida contestaba. “No hay mal que cien años dure”. Así campeaba sin otra preocupación que preparar los discursos para los actos oficiales donde se expresaba con un optimismo eufórico muy del gusto de quienes quería escuchar ese tipo arengas. Se las había ingeniado de tal manera que hizo creer a la mayoría que los males del reino los producían los vecinos. Si algún amigo le aconsejaba que tomase medidas, que los reinos fronterizos actuaban por su cuenta, respondía con una sonrisa en los labios: “Dejad al mar tranquilo que cuando el viento se canse y deje de soplar las olas se calmarán”
Para ser sinceros, diremos que las cosas no le iban del todo mal. El pueblo cansado de sandeces le dio la espalda y le ignoró. Enfrascado en el trabajó sacaban a sus familias adelante sin mirar al palacio del visir.
Sin embargo, el rey se preocupó. Pensó en destituirle, pero el momento oportuno no se le presentaba. Los que le rodeaban le encumbraban de tal modo que consideró una imprudencia, por el momento, quitárselo de encima.
Un buen día, el rey invitó a cenar al visir a su palacio para preguntarle por el estado del reino, auque sabía de antemano que sólo obtendría respuestas vana, huecas, insípidas, como era él. Entonces ocurrió el milagro tan esperado. La reina y su hija, la princesa, quisieron asistir a la cena y allí se presentaron. El visir en cuanto vio a la hija del rey se enamoró perdidamente. El sueño le abandonó y el desasosiego se adueño de su corazón.
Sin poder resistir por más tiempo el fuego de la pasión que le abrasaba, el visir se armó de valor, se presentó ante el rey y le pidió la mano de su hija. “Por fin se atreve a tomar una decisión. Quizá le haya juzgado mal y sea él quien tenga razón y su aparente indolencia y falta de coraje se deban a una estrategia estudiada” Se dijo el rey y entabló con él una conversación sobre el matrimonio, por el bien de su hija. El visir, fiel a si mismo, contestó como siempre, pintó un futuro tan hermoso que el rey pensó o que le estaba tomando el pelo o se encontraba muy lejos de la realidad. Los supuestos que exponía el visir eran tan contrarios a lo que el veía como lo eran la noche y el día. Decidió ponerle a prueba.
—Mi querido visir, te entregaría con mucho gusto a mi hija, pues no hay nadie en el reino que merezca tanto, pero ella no es como nosotros. No es humana del todo. Su madre es un hada encantada y mi hija, por tanto, tiene un cincuenta por ciento de ella.
—Si vos os casasteis con un hada también puedo hacerlo yo —protestó enérgico el enamorado visir.
—Bien dices y estoy absolutamente de acuerdo, pero si estas decidido a contraer  matrimonio con mi hija, debes someterte a un purificación de sangre, como hice yo cuando me casé con su madre, para que las vuestras se acoplen y podáis tener descendencia.
—Aceptaré gustoso a someterme a cualquier reto por difícil que sea.
—Entonces, mañana a primera hora preséntate aquí.
Esa noche el visir se la pasó en vela imaginándose las delicias del amor que le esperaban con tan bella joven.
Al amanecer se bañó, se perfumó y con sus mejores galas se dirigió al palacio real. Le condujeron al salón del trono y allí se encontró con el rey, su esposa, la reina y su hija, la princesa. En medio de la habitación un gran caldero de cobre colocado sobre un vivo fuego y el aceite en su interior hirviendo.
—Por un momento tuve dudas si vendrías o no, me habían dicho en algunas ocasiones que no andas sobrado de valor. Pero dejemos las calumnias de los envidiosos para otro momento y vayamos a lo nuestro que es lo importante.
El rey hizo una señal a su esposa y ésta se adelantó. La reina iba vestida con unas prendas tan vaporosas y elegantes que parecía un ser de otro mundo.
—Como te habrá informado el rey, mi marido, nosotras no somos humanas y por nuestra naturaleza estamos imposibilitadas de mezclar nuestra sangre con la de las personas. Si una de nostras se juntase y entrelazase con un hombre, los dos se desintegrarían en ese mismo instante. Pero Dios para todo tiene remedio y nos ofrece soluciones, como tú mismo sabes y esperas.
El visir se había puesto pálido, miraba al caldero y a los borbotones de aceite que salpicaban al suelo y sintió que le alma le abandonaba, pero aún insistió.
—Señora y mi reina, por el amor a su hija haré cuanto ordenéis —dijo con un hilo de voz. Si bien tenía la esperanza que el aceite hirviendo estuviese destinado a otro menester que el que imaginó al verlo.
—Pues bien,  haz como hizo mi marido, el rey. Sumérgete en este caldero como el se sumergió en este mismo aceite y esta misma temperatura.
El visir sintió que la sangre le había dejado de correr por las venas.
—Sabemos que un amante arde por dentro —continuó la reina —, por tanto también debe hacerlo por fuera. Esta es la prueba del fuego. Entra en el caldero. Si sales sano y salvo te habrás purificado, habrás quemado tus características animales y te habrás vuelto tan puro como nosotras y por tanto digno de juntarte con una mujer de las nuestras, entonces mi hija te entregará su alma y su corazón. Será absolutamente tuya para siempre.
El visir sin darse cuenta había reculado y estaba apoyado en la puerta del salón. Ésta se abrió de pronto y el infeliz vio el cielo abierto. Salió corriendo con tanta velocidad que ni todos los galgos del reino le hubieran dado alcance.
Así se libró el rey y su reino de tan agraciado visir y pudo poner a otro en su  lugar. Sin embargo, el rey no dejó de reconocer su parte de culpa y se dijo: “La culpa no es del cerdo, sino de quien lo alimenta.
Marcial el Medinense.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Caballo: no ares una vez que lo harás ciento

Hallábame sentado en la vera del camino una agria mañana de invierno cuando vi aparecer el alma de un juez. Llegaba humillado, como si le hubiera pillado la helada a la intemperie. Sin embargo, al verme se envaró. Tieso como un ocho, como si se hubiera tragado un sable, pasó por mi lado sin mirarme. Le observé mientras se alejaba maravillado de su momentánea apostura. Al creerse fuera del alcance de mis ojos volviose a encoger. Me incorporé y eché por un atajo. Media hora después volví a sentarme en la cuneta y esperé a que apareciera. Ni que decir tiene, se comportó del mismo modo. Pero ¡coño! Me dije, si este mercachifle de covachuela aquí no tiene ni estrado, ni toga, ni puñetas, ¿a que se atiesa tanto? Entonces caí en la cuenta. Era aquel circunspecto vanidoso que años atrás había llegado a la corte como el ángel que puso Dios a la entrada del Paraíso después de echar a nuestros primeros padres, Adán y Eva. Flojo de carnes, aflautada voz, cegatillo y sonrisa de sabelotodo. Durante un tiempo fue el espejo de compañeros y extraños, pero deslumbrado, matrimonió con la lasciva Soberbia. Con ella medró, achicó a unos, sajó la bolsa a otros. Nadie estuvo a salvo de su flamígera espada. Pero como todo en la vida tiene un principio, también tiene un final.


Un buen día su inseparable compañera y una amiga, otra señora de excelentes cualidades, Envidia, le presentaron a dos bellezas más, Avaricia y Lujuria. Al poco añadió a sus amistades a Gula y a Ira. Entonces nuestro ínclito funcionario se empezó a encontrar insatisfecho.

Pensó hacerse político y se fue en busca de Poder, pero este bujarrón irreductible no se fió de él. “Un puñetero, por eso de las puñetas, es mal socio” Se dijo y le dio dos largas cambiadas. Sin hacer caso al Desánimo, que muy sabiamente le aconsejó no salirse de las lindes, fue en busca de otro elemento que rivalizaba con Poder e incluso le superaba, Dinero. Éste no le rechazó, al contrario, le untó las manos y como reza el dicho: Caballo, no ares una vez que lo harás ciento, le puso a trabajar en su beneficio. Su esposa encantada, sus amigas satisfechas y le Dinero contento. Todo marchaba como si Fortuna le hubiese prohijado. Pero mira tú por donde, Poder y Dinero decidieron, como socios que eran de toda la vida, que a este advenedizo le habían sacado todo cuanto tenía de valor. Se había vuelto confiado, distraído y le consideraron perezoso e imprevisible. Así, sin levantar polvareda fraguaron quitárselo de en medio. A cencerros tapados le fueron empujando hasta que un buen día perdió el estrado, la toga y las puñetas. Así va el pobre, pero cuando tropieza con alguien se estira como un ocho, como si se hubiera tragado un sable.

Marcial el Medinense.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Mafia

Esta mañana, como cada día, salí de casa con el perro para que el animalito hiciese sus cosas y al mismo tiempo acercarme al estanco a comprar tabaco.
En el parque vi a un hombre sentado en un banco leyendo el periódico. Un hombre mayor, de los que antaño llamábamos viejo, de afilado entendimiento, con enjundia como diría él. Me aproximé a saludarlo, para cambiar unas palabras, para darle a la lengua o enhebrar la hebra.
—Buenos días. ¿Qué hace usted?
—¡Coño! ¿No lo ves? Preces bobo —me contestó con esa retranca y socarronería castellana tan propia.
—Quise preguntarle ¿Qué lee? —me disculpé un tanto azarado.
—Haber empezado por ahí y me hubieras ahorrado el calificativo. Mira —me señaló la noticia — “Detenidas 24 personas en España en una operación internacional contra la mafia rusa”
—Aquí tenemos a todas. La mafia rusa, la italiana, la rumana, la colombiana, la china, la magrebí. Todos los bandidos del mundo blanquean aquí el dinero.
—Porque se lo permiten, cuando no les invitan a hacerlo. El dinero es muy goloso.
—¡Hombre!
—Ni hombre, ni niño muerto. Si no tuviesen cómplices y de muchas aldabas no vendrían.
—Quizá. Pero mafia española no existe, al menos no la denominamos así.
—Tenemos un lenguaje más rico e ingenioso, la llamamos, partido político, sindicato, asociación, ayuntamiento, autonomía, organización, grupo. ¡Somos los mejores! Nuestros delincuentes son gente honrada.
No pude contenerme y solté una carcajada.
—¡Ríete, ríete! Aquí quien no roba y no jode, es porque no sabe, no puede, o no tiene donde.
—¡Está usted bueno esta mañana!
—Toma, lee.
Me largó el periódico y con su dedo grueso índice, de trabajador honrado, me señaló un titular: “El Supremo ordenó investigar las cuentas de Garzón en Nueva York”
—Pero…
No me dejó continuar. Se levantó del banco, me quitó el diario, lo dobló, se lo guardó en el bolsillo de la chaqueta y apoyado en el bastón me dijo a modo de despedida:
—¡Así nos pastorean!
Marcial el Medinense

miércoles, 8 de septiembre de 2010

LA GITANA Y EL ABUELO

Hace cuarenta o cuarenta y cinco años paseaban un domingo por el Campo Grande de Valladolid un abuelo y su nieto.
A la sombra de un corpulento olmo estaba sentada una gitana que al tener a la pareja a su altura les interpeló:
-Déjeme la mano señorito. Le echaré la buena ventura y le diré el futuro.
El muchacho se detuvo y obligó a hacerlo al abuelo. Éste miró a su nieto y después a la gitana.
-La buena ventura no me interesa y el futuro no me importa, pero díselo a mi nieto.
El niño remolón entregó su manita a la gitana. Ésta agarró al muchacho por la muñeca y extendió los dedos. Clavó los ojos en la diminuta palma y la estudió circunspecta.
El cetrino rostro apergaminado se encendió como una luciérnaga en celo.
-Lo siento, señorito. No puedo decirle lo que veo.
-Vamos mujer, te doy una peseta.-la animó el anciano caballero sorprendido por la coloración que había adquirido la cara de la gitana.
-No puedo. Es muy serio lo que dice la mano del niño.
-Te doy un duro.- apremió el abuelo intrigado y muerto de curiosidad.
La gitana dudó unos instantes en aquella mañana de verano al tiempo que miraba la plateada moneda que la tentaba.
Con un ágil zarpado cogió el duro y lo hizo desaparecer entre las ropas en un santiamén.
-¡El niño será presidente de España!
-¡Coño!-exclamó el abuelo y miró a su nieto como si le viera por primera vez.
-Hay algo más.-dijo la gitana y bajó los ojos al suelo.-pero eso si que no se lo diré.
El anciano caballero picado en la curiosidad y pensando que si bueno había sido el primer vaticinio mejor sería el segundo, se envalentonó.
-Venga, no te andes con remilgos y suéltalo.
-No, señorito. Se lo juro por estas.- La gitana hizo una especie de cruz con los dedos pulgar e índice y la besó.
-¡Otro duro!
La gitana cogió la moneda y la ocultó más rápido que la primera.
-En la mano he leído que tu nieto, además de llegar a ser presidente, es vanidoso, engreído, cobarde, resentido y con mala baba.
-¡Bruja! ¿No has encontrado alguna virtud?
-Si. Una.
-Dila y que sea de mi agrado o te mido los lomos con el bastón.
-Así lo quieres, te lo diré. Entre todos los caganidos iletrados que se pavonean por el mundo, tu nieto es el mayor cretino.
El abuelo, pálido, levantó el bastón para descargarlo sobre la gitana, pero ésta prevenida dio un salto y desapareció.
-¡Vieja puta! No me extraña el antiguo dicho: ¡De una puta y un gitano nació el primer vallisoletano!- Vamos José Luís. Al menos habrás aprendido algo.
-Si abuelo. Que para hacer las cosas para mi provecho he de engañar a todos.
Marcial el Medinense.

SOMOS UN REBAÑO

He oído contar, no una vez, ni dos, infinitas, que todo es perdonable en esta vida, excepto que te metan la mano en la cartera. Me lo argumentaron de la siguiente forma: Un asesino se cobra la vida de tu padre y, como en ese instante no tienes oportunidad de matarle, huye. Pasado el tiempo cicatrizará esa herida y acabas diciendo: ¡Tal día hizo un año! Sin embargo, si te roban la cartera con los cuartos dentro no lo olvidas jamás.
Puede que este cuento esté cargado de razón, puede que amemos más al dinero que a nuestro progenitor. Todo puede ocurrir que de todo hay en la viña del señor. Ahora bien, lo maravilloso de la vida es ver como se trastocan hasta los conceptos más arraigados. Hoy en día matan a tu padre y ni en caliente nos abalanzamos sobre el asesino, nos conformamos con decir: ¡Tal día hizo un año! Nos roban a manos llenas, como nos ocurre en estos momentos, y balamos. Sería mejor y estaríamos más felices si nos hicieran como hizo aquel hijo del pastor a quien su padre envió con las ovejas a pastar. Al cabo de una hora vuelve y su padre le dice: “¡Pero hijo ¿Cómo has dejado las ovejas?!” Riyendo papa. Las he dejado riyendo, les corte el labio de arriba.
Marcial el Medinense.

lunes, 6 de septiembre de 2010

EL REY QUE RABIÓ

Un día un viajero, por uno de esos países donde ocurren maravillas y hechos asombrosos, se encontró con un viejo harapiento y desportillado recostado contra el tronco de un árbol a la vera del camino. El anciano solamente hacía que gruñir, como si una alimaña le estuviese royendo el alma. Sin embargo, en sus ojos tenía un fuego extraño.
El viajero se acercó con intención de socorrerle y al ver la feroz expresión dio la vuelta y se retiró sin pronunciar una sola palabra. Aquella mirada le mostró las más abyectas miserias humanas.
El viajero continuó su camino sin volver a acordarse del anciano. Antes de recorrer doscientos kilómetros la frontera le avisó que entraba en otro país. Así le sucedió durante el viaje. En un mes visitó diez y siete estados independientes en lo que creyó que era un solo reino.
Con el asombro por montera preguntó a un hombre que había ocurrido para que los habitantes hubiesen caído en tan absurda división, pues lo que él recordaba como una nación prospera y fértil, ahora se encontraba con un conjunto de estados nimios pobres y enfrentados.
—Seguramente habrás encontrado a un viejo en alguno de los caminos —respondió el hombre interpelado.
—Me he encontrado con muchos. Estas tierras están llenas de mendigos. ¡Jamás vi tantos en mi vida!
—Me refiero a uno muy distinto de los demás. Le recordará por la expresión de su rostro, allí se dan cita la vanidad, la ambición, la vileza, la felonía y por encima de todas la más bravía soberbia.
—Pues, sí. Lo he tropezado recostado contra un árbol, pero al acercarme su aviesa mirada me invitó a huir.
—Ese fue el causante de tamaña desgracia. Un día se alzó con el poder cuando nadie lo esperaba y nos trajo la ruina.
—En la historia del mundo nadie ha sido tan nefasto como dices. Seguramente se rodeó de pérfidos consejeros y estos fueron los causantes del desastre.
—Efectivamente, elevó a muchos hombres a su lado. Unos de valía y otros no tanto, pero a todos, a unos por una causa y a otros por la contraria, los traicionó y los expulsó de su lado condenándoles a un vil ostracismo.
—Entonces ¿cómo pudo acarrear esta catástrofe?
—Muy sencillo. A quien se le oponía le compraba con dadivas, prebendas y promesas y cuando menos se lo esperaba le engañaba. Así llegó el día en que los bandidos se dieron cuenta del juego y con extorsiones le empezaron a sacar el dinero de las arcas; los aduladores hicieron lo mismo y, lo más grave, los gobernadores de estos diminutos estados que has recorrido, cada cual por su lado, se declararon independientes. Se enriquecieron, esquilmaron a sus pueblos y el resultado es lo que has visto.
—¿Cómo se lo consentisteis?
—Mientras cada uno obtenía su beneficio nadie protestó. Los ciudadanos estaban encantados. Había descubierto la forma de reñir con el vecino. Cada cual esgrimió una historia y una lengua. Llegamos a un momento en que como Dios confundió las lenguas a los constructores de la torre de Babel, así ocurrió con nosotros.
 —Y ahora ¿Qué hace?
—Maldecir a todos por desagradecidos.
Marcial el Medinense.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Por algo será

Dice el adagio popular. “Hay quien nace con estrella y quien nace estrellado”.
Con esta sentencia hay quien piensa que el fatalismo lo traemos escrito en el alma con el nacimiento. Otros, en cambio, defienden que venimos al mundo con el éxito y el fracaso, la riqueza y la pobreza, la felicidad y la desgracia en una bolsa al margen, que eso no tiene que ver con el nacimiento ni está fijado en el alma, sino que extraemos de ella la situación merecida con arreglo a las actitudes desarrollas en la vida.
Sea como fuere, tanto si nacemos marcados como si somos nosotros quienes nos labramos el futuro, no cabe duda que hay mucho de los dos postulados en la vida.
A lo largo de la historia nos hemos encontrado personajes que desde que se levantaron hasta que se acostaron y durante el sueño se entrenaron, toda su existencia fue un continuo empecinamiento en los desatino, en desbarrar y hacer todo lo contrario de lo que la razón aconsejaba y para colmo de incongruencias les dejó un hueco la memoria, brillaron como Venus y cuando se apagaron, si no les acochinaron como merecieron, no se murieron de hambre, el hambre se lo hicieron pasar a los demás.
Por desgracia no aprendemos de la historia, hoy día nos encontramos con semejantes personajes y encima se les vota.
Marcial el Medinenese.