—¿Cómo llevas el día?
—Ni bien, ni mal, sino todo lo contrario. ¿Y tú?
—Hoy me he levantado de buen humor. Será que ha salido el sol y, aunque estemos en diciembre, me parece un hermoso día primaveral.
—Me alegro por ti, Pánfilo. Estos días atrás te he encontrado algo alicaído.
—Todos los años me ocurre lo mismo, en noviembre me deprimo y hasta que no olfateo la Navidad no me animo.
—Quizá sea porque el mes empieza con la festividad de Todos los Santos, las visitas a los cementerios, los responsos, que por cierto nunca me parecieron la alegría de la huerta. Esa atmósfera mortuoria hace polvo a cualquiera. Te comprendo.
—¿A ti no te ocurre?
—No. A veces pienso que tu primo Epifanio tiene razón cuando dice que le gusta ir de entierro porque él no es el muerto. Con esa reflexión la fiesta de los Santos pierde un tanto de lo trágico de la celebración y como seguimos vivitos y coleando, que siga la fiesta.
—Epifanio es un burro. También dice que no le gusta ir a las bodas porque nunca es él el novio. Ahora que los jóvenes llegan al matrimonio con mayor experiencia que el gallo de la pasión.
—En la época de Epifanio, como en la nuestra, acostarse con una mujer no era pecado, era milagro.
—¡Y que lo digas!
—Lo tuyo no tiene merito. Entonces como ahora eras ciego y los ciegos no teníais oportunidades y si os surgían no las rematabais, a tientas es difícil acertar.
—Pues tú, que eras buen mozo y aún tenías las dos piernas, te la cascabas tanto como yo. Así que no presumas.
—No presumo, por eso te decía que echar un polvo no era pecado, era milagro.
—No sé a quien se le ocurrió llamarte Prudencio.
—¿Por qué lo dices?
—No paras de soltar disparates. Con la edad que tenemos y hablando tonterías como si tuviéramos quince años.
—Has empezado tú.
—¿Yo?
—¡No va a ser el lucero del alba!
—He dicho que me he levantado de buen humor y hemos llegado, conducidos por tu salacidad, a hilvanar una bobada tras otra.
—Déjate en paz de leches, Pánfilo. ¡Eres tú quien parece haber comido lengua!
—No se que es peor: o dejarte seguir con las sandeces o hablar de política.
—Hoy no quiero meterme con nadie. Estoy harto de la endogamia de los partidos políticos. Ojala fueran como la contaminación de las ciudades, un buen chaparrón y el cielo despejado.
—Eso es pedir peras al olmo. Mientras haya donde repartir no nos los quitamos de encima, si al menos fueran como las ladillas que mueren cuando se las rocía con zotal.
—Mira tú por donde, ahora me viene a la lengua uno de esos cuentos que tanto te gustan.
—¡Cuidado que te conozco!
—¿Quieres que te lo cuente o no?
— Empieza, me tienes en ascuas.
—¡Vamos a ello! En una selva donde se encontraban todos los animales de la creación, nombraron rey al león. Durante los años de pujanza fue un regidor fiero, duro, hasta las aves del cielo, aún conscientes que él no podía alcanzarlas, le temían y respetaban.
Pero todo en esta vida tiene un principio y por lo tanto un final. A medida que los años pasaron el león envejeció. La melena perdió el majestuoso volumen y prestancia, las carnes le fueron abandonado y con ellas la energía: los dientes poco a poco se le rompieron o se le pudrieron y en las mandíbulas surgieron huecos.
Total que aquel orgulloso felino, llegó a la decrepitud. Solamente el fiero rugido le acompañaba. Comía con dificultad, digería peor y para colmo de males los ratones se le metían en la boca y le robaban los trozos de carne que se le quedaban en los huecos que la huida de las muelas le había dejado.
Tal impertinencia le llevaba por la calle de la amargura. Un buen día el elefante que le escuchó quejarse de la osadía y descaro de los roedores le dijo: “Nombra visir a un gato y tendrá a raya a tan molestos ratones”.
No lo pensó dos veces y, sin encomendarse a Dios ni al diablo, siguió al pie de la letra el consejo del paquidermo.
—No fue mal consejo, A un ratón con solo ver a un gato le falta calle para correr.
—¿Quieres dejarme terminar?
—Acaba, hombre, acaba. No te interrumpiré más.
—¡Qué tío más inoportuno! Pues como iba diciendo: El gato empezó a desempeñar su trabajo con la mayor dignidad. Lo primero que hizo fue reunirse con los ratones y llegó a un acuerdo. Él les dejaría campar a sus anchas por el palacio y ellos no molestarían en ningún momento al rey león. El trato se mantuvo y durante un tiempo todo fue a pedir de boca. Pero hete ahí que el gato tuvo que ausentarse unos días de palacio y su mujer le convenció para que dejase en su puesto a uno de sus hijos, el más aplicado y diligente, capaz de mantener a raya a los ratones.
El joven gato, espíritu perfecto de eficacia, convocó a los roedores, les citó en uno de los grandes salones de palacio y allí les reunió a todos. No quedó ningún ratón del reino fuera del salón. Entonces los mató a todos. Los exterminó, ni uno solo de su especie sobrevivió.
Al regresar su padre y enterarse de la eficaz actuación de su hijo cayó en la mayor de las tristezas. “¿Qué será de nosotros?” Se preguntaba en medio de la desesperación. “¿Qué te apena padre? El rey puede estar muy contento, jamás le volverán a importunar los ratones” El padre gato miró a su hijo como a un extraño y le dijo: “La desgracia que siempre he temido al sentirme afortunado a sucedido. El infortunio ha entrado en mi casa. No me sorprendería que la generosidad del rey para con nosotros haya desaparecido con los roedores. Piensa, hijo, que la liberalidad de una persona está influida por sus íntimos deseos, y la benevolencia de un individuo está maridada con sus propios fines. Cuando sus objetivos son cumplidos y logrados sus propósitos, la benevolencia y la generosidad desaparecen”.
El león olvidó el sufrimiento que le producían los ratones y las tribulaciones que afligían el corazón del gato cobraron realidad en el alma del león: “Tenía al gato para que me librara del atrevido acoso de los roedores, ahora que esta plaga es cosa pasada no tengo necesidad de sus servicios”. A continuación llamó al gato, les destituyó y le invitó a desaparecer de palacio.
Colorin, colorado este cuento se ha terminado.
—Sabía que alguna me preparabas.
—¡Qué mal pensado eres Pánfilo!
—Razón tenía mi madre.
—¿Qué dijo tu madre?
—No te fíes nunca de un cojo, siempre esconde un palo en la mano.
—Como la mía.
—¿Qué dijo la tuya?
—Cuidado con los ciegos, son más retorcidos que una tomatera.
Marcial el Medinense.
por desgracia, fallamos más que la escopeta del malo, y nadie, nunca, conseguirá deshacerse de los ratones, y si lo consiguieran, aparecerían las curarachas y habría un sinfín de voluntarios de todo tipo, inventados o recien aparecidos para sustituirlos. Que no se preocupen, aunque intentasen hacerlo eficientemente y con esmero, fallarían y surguirían nuevos problemas, entonces: ¡¿ POR QUE COJONES SE EMPEÑAN EN HACERLO TODO MAL, Y AMARGARNOS LA VIDA ?!.
ResponderEliminarDe verdad, no os lo tengais creido, sois unos inutiles, tratar de hacerlo bien, de todas las maneras será una porquería, en la oposición tambien se chupa, y sin dar la cara.
¿ Para que eliguieron a un león?, ¿ por la melena y sus rugidos?, no sirve para nada, no entiende de nada, sí, " la foto es lo más importante". Tiene unos ratones que le limpian los dientes y quiere que se vayan, consigue un gato eficaz y tambien le quita de enmedio, como es un inutil, no quiere tener cerca a gente que valga la pena. Prefiero a las hormigas.
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