—¿Qué te sugiere la palabra jamón?
—Lo mismo que a ti, imagino.
—¿No puedes precisar más?
—Sí hombre. Pues mira, desde un pernil de cerdo bien curado, de esos que se crían en la montanera, con bellotas de encinas, hasta el culo de tu hermana, que por cierto, nunca te lo confesé, pero cuando la miraba agacharse a colocar el reclinatorio en la iglesia, antes de arrodillarse, bendecía a tu padre y a tu madre por la obra de arte.
—Pues se te escapó sin engalgar.
—No tanto. Voces la di, pero no me hizo caso.
—Serían muy bajas. Seguro que no te oyó ni el cuello de la camisa.
—Era otros tiempos. Después se marchó a Bilbao y cuando regresó tenía marido y dos hijos.
—No iba a esperar a que se te aclarase la voz.
—Bueno, déjate en paz del pasado. Parecemos un par de viejos verdes.
—Tienes razón, con agua pasada no muele el molino.
—Entonces ¿a que viene eso del jamón?
—Esta mañana he escuchado en una emisora de radio que una familia de moros ha denunciado a un maestro por pronunciar en clase la palabra jamón.
—¡Pero coño!
—¿Le pasó al maestro lo mismo que a mi con tu hermana?
—No hombre. Hablaba del clima. Dijo que el frío es bueno para curar jamones, por ejemplo, como lo hacen en el pueblo de Trevélez.
—Estoy de acuerdo con el maestro, esos jamones de Granada no solo son buenos, están cojonudos.
—Ese no es el caso. Un alumno de las últimas filas se puso en pie y se quejó. El maestro le ofendió con la palabra jamón y este se obtiene del cerdo.
—Vaya por Dios, uno de estos que nos han llegado a ocupar los puestos de ejecutivos en las empresas españolas.
—Ni más, ni menos, uno que va para ingeniero.
—Te voy a contar una anécdota, verídica, no es un cuento. Durante el reinado del primer califa omeya del al-Andalus, Adb al-Rahman III por nombre y por título honorífico al-Nasir (“el defensor de la fe”), un médico llamado Hasdai ibn Saprut recibió en su consulta a un hombre, de la categoría de ese alevín de lumbrera que se ofende por la palabra jamón. Llevaba la mejor herramienta del taller purulenta y tumefacta. Se quejaba de espeluznantes dolores y de grandes dificultades para evacuar. Husdai le escrutó y muy serio le dijo: “Ve a buscar una piedra plana y regresa cuando la hayas encontrado” El moro con la mayor diligencia realizó el encargo. “Aquí tienes doctor” “Coloca el miembro enfermo encima” Extrañado el moro se resistió “¿Quieres que te cure, si o no?” “Eso es lo que quiero” “Pues pon el pito donde te digo” Lloriqueando el moro se decidió e hizo caso al médico. De improviso Husdai descargó un puñetazo sobre el tumefacto miembro y ¡oh milagro! Un grano de trigo que obstruía la uretra salió disparado y detrás un chorro de pus. “Ahí estaba el mal, Estás curado. ¡ Y no vuelvas a fornicara con una oveja.
—¡Joder!
—Estos de ahora son los mismos de entonces. La aristocracia árabe les despreciaba y como ahora les hacían trabajar en los mismos cargos: de ingenieros. ¿Qué puedes pedirles? Oyen pronunciar la palabra jamón y piensan que se ha insultado a su dilecto profeta. Así entienden la religión.
—Pues estamos arreglados con estos ínclitos que se nos han incrustados en la sociedad.
—Díselo a los doctores que tenemos por políticos que son del mismo pelaje que el que se jodía a la oveja. Fíjate en lo que dijo nuestro presidente: "La tierra no pertenece a nadie, salvo al viento"
—Eso me temo, no tenemos solución.
—Pues ya sabes: ajo y agua.
Marcial el Medinense.
" Siembra vientos y cosecha tempestades".
ResponderEliminarY el viento nos someterá, tendremos que acurrucarnos en el suelo para protegernos y nos daremos cuenta que estamos arrodillados, moviendo, temerosos, la cabeza hacia abajo y murmurando mecánicamente cuentos absurdos.