miércoles, 22 de diciembre de 2010

La ventaja de ser gay, antes maricón.

—¿Cómo andas hoy Prudencio?
—Cojo, como ayer.
—¿Cómo te encuentras?
—Cada día peor, ¿no me ves?
—Ese pesimismo te va a llevar a la huesa.
—Este gobierno no nos va a dejar ni eso. Los deudos en vez de enterrarnos, por no pagar a la funeraria, al cementerio y al cura, donarán nuestros cuerpos a la medicina y asunto arreglado.
—No será para tanto.
—Las donaciones de cadáveres han aumentado un veinte por ciento.
—Espero que a los mío nos se les ocurra privarme de cristiana sepultura.
—Pues el remedio es sencillo, déjales la cartera bien repleta, que como tengan que rascarse el bolsillo prepárate para lo peor.
—No los creo tan desalmados.
—Fíate de la virgen y no corras.
—No me asustes. Sólo imaginarme troceado como una res, auque sea en beneficio de la ciencia, se me pone carne de gallina.
—Pues haber nacido maricón en Perú.
—¡Ya estamos! ¿Qué tiene que ver ser maricón peruano con que nuestros hijos no tengan parné para enterrarnos?
—¿Qué ha hecho el gobierno con tú pensión?
—Congelarla.
—¿Por qué, no has cotizado casi cuarenta años?
—El gobierno no tiene caudales, el menos eso dice y tenemos que apretarnos todos los cinturones.
—Pues para no tener cuartos bien que se los gasta en subvencionar a los maricones del Perú.
—¡Que coños habrás leído!
—El gobierno subvenciona con 137.600 euros a los gays peruanos. Publicado en el BOE el 30-11-2010.
—¡Hostias!
—No te cuento más despilfarros de este gobierno porque te dará un berrinche y aquí mismo doblas el pico.
—¡Pero coño!
—Por eso te digo que a este paso no habrá dinero para enterrarnos.
—¡Vaya un elemento que nos ha tocado en suerte!
—El que eligió el pueblo soberano.
—¿Cómo no se airean estas cosas?
—¿Quién lo va a denunciar?
—La prensa, las emisoras de radio, la tv…
—Si hombre, para que todo el mundo se entere, sepan como se lo llevan y se les termine el chollo. Nadie tira piedras sobre su propio tejado.
—Esto lo debiera saber el pueblo.
—Si no lo sabe es porque  no le interesa. No me extraña que tu madre te pusiera por nombre Pánfilo. El pueblo es feliz con enterarse quien se acuesta con quien, que bragas lleva fulana, los cuernos de citano o que grande y gorda la tiene perengano.
—En cambio a mí si que sorprendió que la tuya te pusiera Prudencio.
—Mira hombre, ahí tienes razón. Soy un descreído bocazas, pero no un crédulo como tú, más bobo que Pichote que cuando fue a mear metió la picha en un bote y al mirársela se creyó que era una anguila.
—Como soy ciego no la veo.
—Pero metes la mano y palpas.

Marcial el Medinense


lunes, 20 de diciembre de 2010

El jamón

—¿Qué te sugiere la palabra jamón?
—Lo mismo que a ti, imagino.
—¿No puedes precisar más?
—Sí hombre. Pues mira, desde un pernil de cerdo bien curado, de esos que se crían en la montanera, con bellotas de encinas, hasta el culo de tu hermana, que por cierto, nunca te lo confesé, pero cuando la miraba agacharse a colocar el reclinatorio en la iglesia, antes de arrodillarse, bendecía a tu padre y a tu madre por la obra de arte.
—Pues se te escapó sin engalgar.
—No tanto. Voces la di, pero no me hizo caso.
—Serían muy bajas. Seguro que no te oyó ni el cuello de la camisa.
—Era otros tiempos. Después se marchó a Bilbao y cuando regresó tenía marido y dos hijos.
—No iba a esperar a que se te aclarase la voz.
—Bueno, déjate en paz del pasado. Parecemos un par de viejos verdes.
—Tienes razón, con agua pasada no muele el molino.
—Entonces ¿a que viene eso del jamón?
—Esta mañana he escuchado en una emisora de radio que una familia de moros ha denunciado a un maestro por pronunciar en clase la palabra jamón.
—¡Pero coño!
—¿Le pasó al maestro lo mismo que a mi con tu hermana?
—No hombre. Hablaba del clima. Dijo que el frío es bueno para curar jamones, por ejemplo, como lo hacen en el pueblo de Trevélez.
—Estoy de acuerdo con el maestro, esos jamones de Granada no solo son buenos, están cojonudos.
—Ese no es el caso. Un alumno de las últimas filas se puso en pie y se quejó. El maestro le ofendió con la palabra jamón y este se obtiene del cerdo.
—Vaya por Dios, uno de estos que nos han llegado a ocupar los puestos de ejecutivos en las empresas españolas.
—Ni más, ni menos, uno que va para ingeniero.
—Te voy a contar una anécdota, verídica, no es un cuento. Durante el reinado del primer califa omeya del al-Andalus, Adb al-Rahman III por nombre y por título honorífico al-Nasir (“el defensor de la fe”), un médico llamado Hasdai ibn Saprut recibió en su consulta a un hombre, de la categoría de ese alevín de lumbrera que se ofende por la palabra jamón. Llevaba la mejor herramienta del taller purulenta y tumefacta. Se quejaba de espeluznantes dolores y de grandes dificultades para evacuar. Husdai le escrutó y muy serio le dijo: “Ve a buscar una piedra plana y regresa cuando la hayas encontrado” El moro con la mayor diligencia realizó el encargo. “Aquí tienes doctor” “Coloca el miembro enfermo encima” Extrañado el  moro se resistió “¿Quieres que te cure, si o no?” “Eso es lo que quiero” “Pues pon el pito donde te digo” Lloriqueando el moro se decidió e hizo caso al médico. De improviso Husdai descargó un puñetazo sobre el tumefacto miembro y ¡oh milagro! Un grano de trigo que obstruía la uretra salió disparado y detrás un chorro de pus. “Ahí estaba el mal, Estás curado. ¡ Y no vuelvas a fornicara con una oveja.
—¡Joder!
—Estos de ahora son los mismos de entonces. La aristocracia árabe les despreciaba y como ahora les hacían trabajar en los mismos cargos: de ingenieros. ¿Qué puedes pedirles? Oyen pronunciar la palabra jamón y piensan que se ha insultado a su dilecto profeta. Así entienden la religión.
—Pues estamos arreglados con estos ínclitos que se nos han incrustados en la sociedad.
—Díselo a los doctores que tenemos por políticos que son del mismo pelaje que el que se jodía a la oveja. Fíjate en lo que dijo nuestro presidente: "La tierra no pertenece a nadie, salvo al viento"
—Eso me temo, no tenemos solución.
—Pues ya sabes: ajo y agua.

Marcial el Medinense.

lunes, 13 de diciembre de 2010

La eficacia

—¿Cómo llevas el día?
—Ni bien, ni mal, sino todo lo contrario. ¿Y tú?
—Hoy me he levantado de buen humor. Será que ha salido el sol y, aunque estemos en diciembre, me parece un hermoso día primaveral.
—Me alegro por ti, Pánfilo. Estos días atrás te he encontrado algo alicaído.
—Todos los años me ocurre lo mismo, en noviembre me deprimo y hasta que no olfateo la Navidad no me animo.
—Quizá sea porque el mes empieza con la festividad de Todos los Santos, las visitas a los cementerios, los responsos, que por cierto nunca me parecieron la alegría de la huerta. Esa atmósfera mortuoria hace polvo a cualquiera. Te comprendo.
—¿A ti no te ocurre?
—No. A veces pienso que tu primo Epifanio tiene razón cuando dice que le gusta ir de entierro porque él no es el muerto. Con esa reflexión la fiesta de los Santos pierde un tanto de lo trágico de la celebración y como seguimos vivitos y coleando, que siga la fiesta.
—Epifanio es un burro. También dice que no le gusta ir a las bodas porque nunca es él el novio. Ahora que los jóvenes llegan al matrimonio con mayor experiencia que el gallo de la pasión.
—En la época de Epifanio, como en la nuestra, acostarse con una mujer no era pecado, era milagro.
—¡Y que lo digas!
—Lo tuyo no tiene merito. Entonces como ahora eras ciego y los ciegos no teníais oportunidades y si os surgían no las rematabais, a tientas es difícil acertar.
—Pues tú, que eras buen mozo y aún tenías las dos piernas, te la cascabas tanto como yo. Así que no presumas.
—No presumo, por eso te decía que echar un polvo no era pecado, era milagro.
—No sé a quien se le ocurrió llamarte Prudencio.
—¿Por qué lo dices?
—No paras de soltar disparates. Con la edad que tenemos y hablando tonterías como si tuviéramos quince años.
—Has empezado tú.
—¿Yo?
—¡No va a ser el lucero del alba!
—He dicho que me he levantado de buen humor y hemos llegado, conducidos por tu salacidad, a hilvanar una bobada tras otra.
—Déjate en paz de leches, Pánfilo. ¡Eres tú quien parece haber comido lengua!
—No se que es peor: o dejarte seguir con las sandeces o hablar de política.
—Hoy no quiero meterme con nadie. Estoy harto de la endogamia de los partidos políticos. Ojala fueran como la contaminación de las ciudades, un buen chaparrón y el cielo despejado.
—Eso es pedir peras al olmo. Mientras haya donde repartir no nos los quitamos de encima, si al menos fueran como las ladillas que mueren cuando se las rocía con zotal.
 —Mira tú por donde, ahora me viene a la lengua uno de esos cuentos que tanto te gustan.
—¡Cuidado que te conozco!
—¿Quieres que te lo cuente o no?
— Empieza, me tienes en ascuas.
—¡Vamos a ello! En una selva donde se encontraban todos los animales de la creación, nombraron rey al león. Durante los años de pujanza fue un regidor fiero, duro, hasta las aves del cielo, aún conscientes que él no podía alcanzarlas, le temían y respetaban.
Pero todo en esta vida tiene un principio y por lo tanto un final. A medida que los años pasaron el león envejeció. La melena perdió el majestuoso volumen y prestancia, las carnes le fueron abandonado y con ellas la energía: los dientes poco a poco se le rompieron o se le pudrieron y en las mandíbulas surgieron huecos.
Total que aquel orgulloso felino, llegó a la decrepitud. Solamente el fiero rugido le acompañaba. Comía con dificultad, digería peor y para colmo de males los ratones se le metían en la boca  y le robaban los trozos de carne que se le quedaban en los huecos que la huida de las muelas le había dejado.
Tal impertinencia le llevaba por la calle de la amargura. Un buen día el elefante que le escuchó quejarse de la osadía y descaro de los roedores le dijo: “Nombra visir a un gato y tendrá a raya a tan molestos ratones”.
No lo pensó dos veces y, sin encomendarse a Dios ni al diablo, siguió al pie de la letra el consejo del paquidermo.
—No fue mal consejo, A un ratón con solo ver a un gato le falta calle para correr.
—¿Quieres dejarme terminar?
—Acaba, hombre, acaba. No te interrumpiré más.
—¡Qué tío más inoportuno! Pues como iba diciendo: El gato empezó a desempeñar su trabajo con la mayor dignidad. Lo primero que hizo fue reunirse con los ratones y llegó a un acuerdo. Él les dejaría campar a sus anchas por el palacio y ellos no molestarían en ningún momento al  rey león. El trato se mantuvo y durante un tiempo todo fue a pedir de boca. Pero hete ahí que el gato tuvo que ausentarse unos días de palacio y su mujer le convenció para que dejase en su puesto a uno de sus hijos, el más aplicado y diligente, capaz de mantener a raya a los ratones.
El joven gato, espíritu perfecto de eficacia, convocó a los roedores, les citó en uno de los grandes salones de palacio y allí les reunió a todos. No quedó ningún ratón del reino fuera del salón. Entonces los mató a todos. Los exterminó, ni uno solo de su especie sobrevivió.
Al regresar su padre y enterarse de la eficaz actuación de su hijo cayó en la mayor de las tristezas. “¿Qué será de nosotros?” Se preguntaba en medio de la desesperación. “¿Qué te apena padre? El rey puede estar muy contento, jamás le volverán a importunar los ratones” El padre gato miró a su hijo como a un extraño y le dijo: “La desgracia que siempre he temido al sentirme afortunado a sucedido. El infortunio ha entrado en mi casa. No me sorprendería que la generosidad del rey para con nosotros haya desaparecido con los roedores. Piensa, hijo, que la liberalidad de una persona está influida por sus íntimos deseos, y la benevolencia de un individuo está maridada con sus propios fines. Cuando sus objetivos son cumplidos y logrados sus propósitos, la benevolencia y la generosidad desaparecen”.
El león olvidó el sufrimiento que le producían los ratones y las tribulaciones que afligían el corazón del gato cobraron realidad en el alma del león: “Tenía al gato para que me librara del atrevido acoso de los roedores, ahora que esta plaga es cosa pasada no tengo necesidad de sus servicios”. A continuación llamó al gato, les destituyó y le invitó a desaparecer de palacio.
Colorin, colorado este cuento se ha terminado.
—Sabía que alguna me preparabas.
—¡Qué mal pensado eres Pánfilo!
—Razón tenía mi madre.
—¿Qué dijo tu madre?
—No te fíes nunca de un cojo, siempre esconde un palo en la mano.
—Como la mía.
—¿Qué dijo la tuya?
—Cuidado con los ciegos, son más retorcidos que una tomatera.

Marcial el Medinense.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Los socorridos cojones

¿Qué haces Prudencio?
—Pasar el rato Pánfilo. ¿Qué otra cosa nos queda?
—Mientras estemos vivos, muchas cosas. Ya tendremos tiempo de no hacer nada, ni siquiera protestar cuando nos coman los gusanos.
—Yo he dicho a los míos que me quemen.
—Después meten las cenizas en un nicho y continuar tan inútil como viviste. Si al menos te enterrasen en la tierra, criarías malvas.
—¡Coño, el útil! Lo que hayas aportado tú a la humanidad, que me lo graven en la frente.
—Algo bueno habré hecho. Un grano no hace granero, pero ayuda a sus compañeros.
—Mira, eso sí. Como ese ministro que con las manos inmaculadas ayuda a enriquecerse a sus amigos. ¡Aunque el país se hunda en la miseria!
—¿A quien te refieres?
—A ese gallego, amigo de gallegos y que nombra a quien quiere, sin emplear esa frase que utiliza esa otra ministra.
—¿Qué frase y qué ministra?
—¡Que más da! Una que ha dicho que ha nombrado a una amiga para no sé que cargo porque la sale de los cojones.
—¡Hombre! Habrá empleado otras palabras.
—Las mismas que te he dicho yo. Ni quito ni pongo. Cuando la veo en las fotografías de la prensa o en la televisión, siempre me la imagino con el carajo en la boca.
—¡Eres un animal!
—¡Vaya hombre! ¡Esto sí que es democracia! Ella puede tener los cojones en la punta de la lengua y yo, ¿no puedo decir que me la imagino con ellos en la boca?
—Es una forma de decir corriente. Malsonante, si quieres, dicha en un momento de calentón.
—No me extraña que esté caliente, al rojo vivo, con los cojones en la boca. Es para estarlo.
—Dejemos eso que no nos lleva a ninguna parte. Si tenemos ministros así es que nos los merecemos.
—Nos merecemos esto y más. Recuerdas a aquel académico de historia, un republicano de pro, abulense por más señas, dijo un día que la hija del rey Bermudo de León cuando la llevaban a Córdoba a engrosar el harén de Almanzor exclamó: “A ver cuando los hombres de mi tierra ponen más confianza en las puntas de sus lanzas que en el coño de sus mujeres”
—¿A que viene eso ahora?
—Muy sencillo. Como los hombres de este país estamos faltos de valor para oponernos a la opresión y sevicia con que nos tratan esa casta de mamandurrias a quienes votamos, tienen que ser las mujeres quienes tengan los cojones en la boca. ¡Así andan ellas!
—Hablabas de otro ministro.
—Si hombre, ese que ha puesto a los descerebrados de los controladores en un brete. Párvulos ignorantes que han caído en la red como gorriones. Se creyeron que iban a echar un pulso al “Pollito” y lo que han conseguido es hacerle el juego.
—Ha actuado como un verdadero hombre de gobierno. Si otros hubiesen tenido las mismas agallas esto no hubiera ocurrido.
—Otros dialogaba, para eso es la democracia, éste ha actuado como los inútiles cobardes: Por la tremenda, pero subido a la grada.
—No será como dices cuando le ha apoyado el vicepresidente y quien ha tomado las riendas.
—¡Otro que tal baila!
—Es un hombre de una inteligencia probada.
—Barbado, con epidermis pétrea, semejante a una moneda de dos caras, arrogante, con estilo de dictador pequeño y pagado se sí mismo, o está en el ajo o también se la han metido doblada.
—¡Que dices insensato!
—¿No quieren vender la empresa para la que trabajan los controladores?
—Tienen que hacer caja para pagar los créditos.
—¿Quién crees que puede querer una empresa en ruina y con los bichos dentro?
—Fue una empresa muy rentable.
—Hasta que este gobierno la hundió hasta las trancas. Después, nombraron ministro a nuestro susodicho, éste, a su vez, nombró gerente de la empresa a uno de sus amiguitos. El alijador en cuestión contrató obras por valor de miles de millones, con la empresa que gerenciaba antes, de ahí parte de la deuda. Este hombre durante meses ocupó los mismos cargos en dichas empresas a la vez y…
—¿Qué quieres decir?
—Nada hombre, nada. ¡Veremos! Como os gusta decir a vosotros los ciegos.
—¡No hay un puto cojo bueno!  

Marcial el Medinense.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Los de siempre

—Buenos días Pánfilo.
—Nos de Dios Prudencio ¿Nieva?
—Por ahora no, pero tiene pinta.
—Me duelen las cuencas de los ojos que no tengo, eso anuncia tiempo revuelto.
—A mi me martirizan los dedos del pie izquierdo que con Dios fueron cuando me cortaron la pierna y eso también es señal de mudanza.
—Mudanza la que se aproxima.
—¿Por dónde? ¿Por las Azores?
—No hombre, no. Me refiero a otra cosa.
—¿No me digas que andas a vueltas con la política?
—¡Con qué si no! Un país en la ruina, un gobiernote de trapaceros desahogados y un pueblo pastueño, que no se arranca ni con banderillas de fuego. Como no encontremos un atisbo esperanzador nos acochina la pelagra.
—¡Tienes más moral que al Alcoyano!
—¡Déjate de sandeces!
—Tenemos el presidente que nos merecemos, ¡Una joya!
—Como el galgo de la Federica, que cuando sale la libre se pone a cagar.
—No exageres.
—A las pruebas me remito.
—¿Qué pruebas ni que niño muerto?
—¿Dónde está ahora que un puñado de bandidos egoístas insensatos ha puesto el país patas arriba?
—Ha hecho lo que debía: declarar el estado de alarma.
—¡Cojones! Una almorzada de tíos le han encerrado en casa o vete tú a saber donde.
—Han dado la cara el ministro del ramo y el vicepresidente.
—En cuanto al primero te digo como dicen en mi pueblo: “El que no vale pa gallo capallo”
—Estás equivocado.
—El que se ha equivocado ha sido él. Lleva más de un año con el problema entre las manos y en vez de solucionarlo le echa más leña al fuego. ¡Es un tocacojones!
—Pues si que tienes buena mañana.
—Hombre no se pueden matar moscas a cañonazos y menos cuando eres incapaz de solucionar los problemas de forma racional y conveniente. ¡Veremos adelante!
—Lo ha intentado.
—Con sobrada soberbia y estulticia. ¡Antes debiera haber actuado, sabía lo que se le venía encima, en vez de tirar el tiempo que tenía de sobra. Le ha faltado valor y conocimiento. ¡Han echado mano del ejército! Me recuerda a aquel torero que el toro le vino grande y gritaba al picador: ¡Mátale, mátale!
—¿Y el vicepresidente?
—Ese inteligente tapa las vergüenzas al avestruz que no acepta que le den clases y mete la cabeza en la arena para no ver lo que ocurre, así no existe el problema. Y al mismo tiempo arropa al pollito que las pía desvalido y en pluma mala. ¡Así nos pone los huevos las gallinas, sin yema!
—¡Pero hombre!
—Dale a un pollito engarañao el mando del corral y en vez de hacer poner a las gallinas las despluma. ¡Vaya un pollito! Con los huevos que saque ese del gallinero que nos hagan una tortilla.
—¡Mala hostia tenéis los cojos!
—Tan buena como los ciegos.

Marcial el Medinense.