En un tórrido día de agosto, dos caballeros recalaron en San Andrés de Teixido, por aquello de quien ha de ir de muerto quien no fue de vivo.
Al bajar por la rampa que conduce a la iglesia, ante una vetusta meiga se detuvo uno de ellos.
-¿Qué haces Mariano?
-Quiero que me eche un conjuro para librarme del mal de ojo, Pepiño.
La meiga mira y remira la mano blanca y pulida de quien han llamado Mariano y le dice:
-Poca cosa puedo hacer. Si al menos fueras raposo y avieso como tu amigo, en vez de parecer un don Tancredo lelo, otro gallo cantaría.
Marcial el Medinense.
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