Los políticos de las rancias familias catalanas se piensan descendientes de la pata derecha del caballo de Wifredo el Pilos, aquel carolingio que enviaron a la Marca Hispánica a esquilmar a los habitantes autóctonos de lo que después se llamará Cataluña. Los charnegos, metidos a tal menester, se creen como los emigrantes picapedreros lombardos, constructores del país y se lo llevan crudo. Sin embargo, entre esta ralea existe una excepción, un muchacho aragonés de frondoso bigote que se considera la reencarnación de Jesucristo. De hecho fue a Jerusalén para colocarse una corona de espinas en la cabeza.
-¡Cojons, nen!
-De cojons no van sobrados, pero tienen un rostro de sillar románico de mucha consideración.
-¡Cojons!
-Pues eso.
Marcial el Medinense.
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